Lucy Kellaway

¿Neil, qué no te importa?”Un comino, Lucy, un comino

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Por: Lucy Kellaway | Publicado: Lunes 22 de junio de 2015 a las 04:00 hrs.
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Hace mucho tiempo cuando yo era una aprendiz en Wall Street, tomaba el metro todas las mañanas en la calle 68 con un compatriota británico que trabajaba en el mismo banco. Al subirnos, a veces trasnochados, en el tren abarrotado, le hacía la misma pregunta.

“¿Neil, qué no te importa?”.
A lo cual él siempre respondía: “Un comino, Lucy, un comino”. Entonces los dos nos echábamos a reír.

A Neil no le importaba un comino, ni a mí tampoco en aquel entonces. Sin embargo, que no le importara no fue un impedimento en su camino al éxito. A su debido tiempo, dejó el banco y fue cofundador de una empresa que él subsecuentemente le vendió a Sir Martin Sorrell. Fue el primero de mis amigos en hacerse realmente rico, y el primero en arreglar su vida exactamente como le convenía. Ahora dirige grandes organizaciones e invierte en pequeños negocios. Según parece es verdaderamente feliz.

En aquel entonces éramos jóvenes y tontos, y vivíamos en una época en que parecía “cool” jactarse de no preocuparse por nada. Ahora el mundo ha cambiado y se ha convertido en tabú. Preocuparse por el trabajo no sólo se considera vital para el éxito sino que se ha convertido en un extraño símbolo de estatus. A quien no le importe es mejor que se lo calle y pretenda sentir con furia la misma pasión que los demás.

Yo le echo la culpa de esto a Steve Jobs, con sus dos obstinados y equivocados lemas: “no te conformes” y “ama lo que haces”. Gracias a él preocuparse es ahora obligatorio. Se supone que nos haga bien, ya que refuerza nuestro autorespeto, y se supone que les haga bien a los dueños ya que asegura sus ganancias.

La semana pasada, James Altucher, empresario, escritor y gestor del fondo de cobertura, hizo algo escandaloso. Publicó en línea una versión de mi conversación con Neil, una entrada de blog de 2.000 palabras titulada “Lo que pasa cuando a uno no le importa”.

Altucher es un converso tardío a la despreocupación, comenzando hace cinco años a la edad de 42. Desde entonces ha descubierto que todo tipo de cosas buenas surgen de ella.

Para empezar, uno no tiene que forzar a nadie a escucharle. Ni tampoco se molesta cuando le atacan, ni cuando uno descubre que no puede cambiar el mundo. No importarle nada, dice él, significa que cuando él pierde todo su dinero (como lo hace con frecuencia) no se preocupa: él sabe que lo va a ganar de nuevo con gran facilidad.

El único problema con su blog (aparte de su confusa y caprichosa conclusión: ”Cuando crezca quiero volver a ser niño”) es que Altucher es un caso tan poco común que no habla por el resto de nosotros, los que no ganamos y perdemos fortunas sino que en vez de eso cobramos un cheque mensual de sueldo.

Sin embargo, para los esclavos asalariados lo mismo es cierto; quizás hasta aún más. Si yo miro a mis colegas, los que hacen frente con menor éxito a los estragos de la vida laboral son los que se preocupan demasiado. Les importa lo que los otros piensan. Se preocupan si no son invitados a una reunión. Se preocupan cuando sus artículos no son promocionados. Se involucran demasiado en todo.

Esta preocupación no es productiva. Nos enfurece y verdaderamente no puedo ver cómo enriquece más a los dueños. La regla para todos los empleados debería ser dejar de preocuparse por cosas fuera de nuestro control. Así que cuando los jefes imponen una nueva iniciativa administrativa tonta, no tiene sentido hacer otra cosa que mirarla con cierta diversión desinteresada.

¿Y en cuanto al trabajo mismo? Seguramente nos deberíamos preocupar por esto. Después de todo, la preocupación puede motivar – aunque sólo hasta cierto punto. La despreocupación infantil que nos gustaba a Neil y a mí nos hacía pésimos banqueros. Era destructiva y poco profesional, y en general poco recomendable. Pero preocuparse demasiado es igualmente problemático. Como escritora, encuentro que la preocupación indebida convierte mis palabras en disparates sin espontaneidad, y hace que me comprometa tanto con el tema que tiendo a escribir algo estúpido. Un poco de desapego me hace mejor periodista.

Trabajo con un colega muy listo que me parece un buen modelo de conducta. Hace su trabajo excepcionalmente bien, sin embargo me recuerda un poco a mi amigo Neil. No se toma nada demasiado en serio y en el fondo sospecho que no le importa un bledo. Cuando se lo dije, se puso rojo escarlata. “Me importa profundamente no poder mantener una mejor cara de póquer”, dijo.

Entonces le envié un correo electrónico a Neil, sólo para asegurarme. ¿Qué no te importa?, le pregunté.

Me contesto que estos días sí le importa un comino: por lo menos le importan su familia y sus amigos.

En cuanto al trabajo, había tres cosas que todavía no le importa. Las cosas que no tienen importancia. Las cosas que toman mucho tiempo. Y las cosas que requieren adulación.

Como guía para sobrevivir en el mundo corporativo con la cordura intacta, esto me parece muy inteligente.

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